¿Por qué Educación Cristiana?

¿Qué es lo que hace diferente a la educación cristiana en tiempos de pandemia? ¿Qué es lo que hará que más familias decidan seguir un sistema de educación cristiana para sus hijos a pesar de las limitaciones económicas o desafíos de salubridad?

No es el aspecto académico sino el espiritual. No es el factor tecnológico sino el factor humano.

No lo académico sino lo espiritual

Nos afanamos por el aspecto académico y eso es de esperar. Es importante que las escuelas cristianas sean conocidas por su excelencia académica y que podamos demostrar nuestra capacidad de equipar a los estudiantes con todo lo que necesitan para amar a Dios con toda su mente, así como les enseñamos a amarle con todo el corazón, alma y fuerzas. Sin embargo, la misión distintiva de la escuela cristiana no es solo educación para la mente, sino formación del carácter y el corazón. Lo que nos distingue de otros centros educativos no es la academia. Al final de cuentas los contenidos curriculares, metodologías, programas de estudio son todos similares. Ante los ojos de los padres de familia, todos los colegios hacemos más o menos lo mismo. Lo distintivo de nuestra manera de hacer educación es la formación espiritual que hacemos de nuestros estudiantes.

En la crisis inicial derivada de la pandemia nuestro foco de atención fue mantener funcionando el programa académico. Nos esforzamos por seguir sirviendo clases en línea, sacrificar lo menos posible el contenido curricular para cumplir las expectativas de padres y Ministerios de Educación. La tecnología de implementación de las clases en línea se convirtió en la prioridad del momento. Se trataba de poner a funcionar al 100% una novedosa manera de enseñar y aprender que muy pocos se habían preparado para usar a ese nivel. Los padres esperaban respuestas y nosotros respondimos de una manera admirable. Mantener la salud mental, emocional y los niveles de motivación al aprendizaje fue otro de los grandes desafíos que enfrentamos. La manera de evaluar los aprendizajes fue motivo de afán y desvelo para muchos. El horario reducido no daba para más que lo realmente esencial.

Por un momento olvidamos que lo que nos hace distintivamente diferentes y lo que constituye el valor agregado más importante de la educación cristiana es la formación espiritual del estudiante. Por supuesto, seguimos orando con ellos y teniendo algún tiempo devocional en nuestras sesiones Zoom, pero la clase de Biblia —si es que teníamos una antes de la pandemia— tuvo que ser sacrificada. La integración bíblica en cada materia, que es otro de los distintivos de nuestra filosofía educativa, tampoco se pudo hacer de la manera esperada, porque la urgencia del momento nos demandó enfocarnos en otra cosa.

Las familias buscarán nuestro colegio, no solo por lo académico sino por lo espiritual. ¡No dejemos de hacerlo, pero no lo hagamos de una manera rutinaria, aburrida o que solo consiga irritar a nuestros estudiantes! Al iniciar nuestro día o nuestras clases en oración, no lo hagamos de una manera religiosa sino de una manera espontánea, participativa, natural. Al abrir la Palabra de Dios, seamos como Esdras y sus colegas, levitas docentes, que no solo la leían sino la explicaban al pueblo, poniendo el sentido que debía tener para que todos entendieran y respondieran a su mensaje. Hagamos un uso eficaz de la integración bíblica, no forzando versículos bíblicos en cada lección, sino dejando que la misma verdad de Dios se haga evidente en los contenidos académicos. Que sean los mismos estudiantes quienes descubran ese ángulo distintivo para ver las mismas cosas que todos estudian pero que solo nosotros, los que tenemos la sabiduría de lo alto, podemos saber por qué y para qué las estudiamos.

No el factor tecnológico sino el factor humano

Habiendo pasado el parto de hacer posible una plataforma eficaz de aprendizaje en línea, ahora es el momento de volver a enfocar en lo que es realmente importante, que es el factor humano, no el tecnológico.

Las familias preferirán nuestros sistemas educativos cristianos, no por lo sofisticado de nuestra tecnología de aprendizaje en línea o habilidad de ofrecer convenientes modalidades híbridas o semi-presenciales de educación que garanticen estándares de bioseguridad. Eso también lo están haciendo los demás. Al final de cuentas, las familias verán que los colegios cristianos somos diferentes por el factor humano, no el tecnológico. La tecnología solo nos pone en contacto a pesar de la distancia, facilita el compartir contenidos e información, pero no reemplaza el contacto y la comunión que hay detrás de rostros, gestos, actitudes y palabras.

Los mejores centros educativos del mundo que han surgido y están creciendo  en el presente siglo, no son aquellos que cuentan con la mejor tecnología o los que tienen los niveles académicos más altos. Cuando el investigador norteamericano Andrew Coulson preguntó a los coreanos que asisten a las destacadas tutorías de los programas Hagwon o a los estudiantes del sistema educativo KIPP en Estados Unidos, acerca de lo que distingue estos destacados programas educativos, todos coinciden en una cosa. Lo que hace esos programas excelentes es el interés personal que los profesores toman por sus estudiantes. La preocupación por asegurar el aprendizaje de cada uno de ellos es lo que los estudiantes más valoran y lo que les hace tener una motivación superior hacia las materias académicas, obteniendo como resultado un desempeño superior al esperado.

Es lo mismo que vemos en el ejemplo de docentes ejemplares que lograron resultados extraordinarios en sus estudiantes y dejaron una huella en sus vidas como el profesor Jaime Escalante de la escuela secundaria de Garfield en Los Angeles y cuya experiencia se retrata en la película Stand and Deliver (Con ganas de triunfar). No es la única producción cinematográfica donde se destaca el rol incomparable que juega un maestro o una maestra, cuya principal virtud no es el conocimiento que tiene o una novedosa manera de enseñar, sino el amor que tiene por sus estudiantes. Es aquí donde los cristianos, que conocemos y practicamos el amor de Cristo en nuestras vidas, podemos distinguirnos de otros programas educativos laicos. Nuestra preocupación por los estudiantes no es solo una conveniente cultura organizacional como lo es para estos otros sistemas educativos. ¡Es el corazón mismo de nuestra identidad y misión!

¡Cuánto anhelamos la experiencia en 3D que gozábamos antes en las aulas de clase cuando hoy nos enfrentamos cada día a la frialdad de una pantalla! Al preguntarnos si volveremos alguna vez a saludar o abrazar a alguien de la manera que solíamos hacerlo nos arrepentimos de las muchas veces en donde dejamos pasar la oportunidad de demostrar nuestro interés y preocupación con un toque en el hombro, un apretón de mano o cualquier otra cercanía física apropiada que demostrara el amor de Cristo. El desafío ahora es romper la barrera de cámara y pantalla para transmitir y contagiar el amor de Dios a cada estudiante. Pero ¡eso es lo que nos hace diferentes! ¡no lo perdamos, les ruego, en el nombre del Señor! Demostremos el amor de Dios de todas las maneras posibles a estudiantes y sus familias que están necesitados de eso más que de ninguna otra cosa.

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